MUSEO DE LA ACADEMIA
(PINTOR ITALIANO)
Atan sus manos, con un lienzo de hilo
le cubren la cintura; torso de oro,
feliz, hermoso, para quienes miran.
Está flechado el cuerpo, huele a rosas
la sala, está la luz abierta al cielo,
y el pintor se recrea en el martirio
de las finas saetas. Envidió
la hermosura, con él no fue la vida
complaciente, fue inextinguible hoguera.
Perdura aquí su sueño, la fatiga
de tanto ardiente amor; y el santo asciende,
volando al cielo va, danzan sus piernas,
une su cuerpo al viento.
La sala se oscurece, la mirada
tarda más en llegar, pierden vigor
los hombros del desnudo, quedo solo.
Ya en la calle, la última luz del sol
se precipita en los tejados, pasan
conversando los vivos, las palomas
vuelan abiertas, y el verano deja
caer, desde un balcón, muchos geranios.
El cansancio se aleja, y en los ojos
se agrupan las estrellas con sus fuegos,
y en su misterio el pecho se conforta.
Al regresar, iban hablando
palabras de oscuro sufrimiento.
Francisco Brines