LOS SIGNOS DESVELADOS
Subí hasta la colina
para mirar el ancho
río, la ciudad rosa,
los montes de cipreses,
mientras caía el sol.
Era fiesta; los grupos
bajaban de la luz
con alegría, voces
altas, felices. Libres,
regresaban al valle.
Y advertí que un extraño,
con los ojos muy fijos,
miraba el sol. Las torres
eran pavesas ya
del aire, miradores
de un fuego muy oscuro.
Temblaban los cipreses
en la línea del monte,
mientras yacía el río
ya quemado. Muy lejos
se perdían las voces.
También era extranjero.
Se acerco a un árbol,
y arrancando unas hojas
de laurel,
avanzo por el parque.
Y desvele el misterio
de su quieta mirada:
en todos los lugares
de la tierra,
el tiempo le señala
al corazón del joven
los signos de la muerte
y de la soledad.
Francisco Brines