CINERARIA
ANTE EL CADÁVER DE LA SRA. LUZ PRESA
Jamás pensé al venir a estas regiones
Que mis palabras últimas serían
Para hablar a un cadáver...
Ni nunca que las notas de mi canto
Al perderse en el aire sonarían
Mezcladas con el eco de mi llanto.
Cuando yo vine aquí, casi acababa
De sentir y estrechar entre mis brazos
Al buen amigo que en su noble empeño,
Soñaba en un laurel para la frente
De la que hoy duerme en el sepulcro el sueño
Que dura y se prolonga eternamente.
Y ese hermano me hablaba del cariño
El más puro entre todos los amores,
Sin penas, sin temores,
Casi volviéndose al hablarme un niño;
Y le enviaba conmigo sus recuerdos,
Y le enviaba conmigo sus abrazos,
Y alegre en el amor en que se ardía,
Ni siquiera pensaba en ese instante,
Que su madre distante, muy distante,
Casi en aquella hora se moría.
Yo también tuve un padre que a la fosa
Rodó sin que mis labios lo besaran,
Y sé lo que es ese dolor profundo
Que hace una noche eterna de los días
Y un desierto tristísimo del mundo.
Yo sé que horizonte es el que se cierra
Delante del espíritu aterrado,
Cuando eleva sus alas de la tierra
La que en su pecho maternal encierra
Cuanto se alza de nuevo a nuestro lado.
Yo adivino esa pena, y porque casi
Siento la misma angustia que devora
Al huérfano infeliz que en su aislamiento
Busca a su madre y por su madre llora,
Yo le traigo en su nombre mi gemido,
Y la eterna promesa de que nunca
Caerá sobre esa lápida el olvido
Yo le traigo en el canto de una lira
Que cuando se habla de la madre tiembla
Y cuando se habla de su amor se inspira,
El adiós que sus labios no lograron
Dejar caer sobre sus ojos yertos
Cuando a la luz del mundo se cerraron
Para abrirse a la sombra de los muertos;
Mi adiós que en momentáneo regocijo
La agitará volviéndola a la vida,
Para que pueda oír la despedida
Con que la vengo a saludar por su hijo.
Manuel Acuña