LA CÁRCEL Y LOS DETENIDOS
La cárcel ne debe acarrear sufri-
miento alguno ni privación que no
sea indispensable, ni mucho menos
influir morarmente.
Larra.
Allí en la ancha plaza do encumbra su frente,
Velado entre sombras, el templo inmortal,
Allí la morada se eleva, al Oriente,
Del hombre que sigue la senda del mal.
Pavor pone el verla de noche pasando
Al trémulo rayo de pálida luz;
Parece en el techo fantasma posando
Mirar con escarnio de Cristo la cruz.
Arrojan continuo palabras atroces
Sus labios malditos con risa febril;
Y se oyen al punto las lúgubres voces
Que exhalan los reos sujetos allí.
Con lívida mano la copa derrama
Que tiene en sus bordes escrito «dolor».
Y brillan sus ojos con súbita llama
Y arrojan destellos que arranca el furor.
Sin duda es la imagen del mismo demonio
Que en esa morada se viene a gozar;
En tanto que el Pueblo, de Dios patrimonio,
En danzas y orgías procura solaz.
*
Ríe ¡oh pueblo! tus placeres
No perturban esos seres
Que el delito avasalló:
Si entre muros y prisiones
Los sujetas a montones
Qué te importa su rencor?
Ríe, ríe, mientras lloran
Y piedad en vano imploran
Por el Santo Redentor;
O tal vez, en ira ardiendo,
Le blasfeman, maldiciendo
De la entera creación.
Tú en el cieno sumergidos,
Ahí los tienes abatidos,
Apurando amarga hiel:
Y cual fieras los domeñas;
Que eres fuerte y te desdeñas
De mostrarles do está el bien.
Tus verdugos les arrojan
Vil sustento, que no mojan
Con su llanto, ni una vez;
Pues de bronce fueron hechos
De esos bárbaros los pechos,
Solo abiertos al placer.
Tuyas son esas moradas
Por el arte engalanadas,
Con fragancia de azahar,
Donde ostentas tu riqueza
Y das culto a la belleza
Y al deleite mundanal.
De los seres que encadenas
Las moradas solo llenas
De miseria eterna están,
Donde el único alimento
Que se ofrece al pensamiento
Un veneno es infernal.
De tu seno los alejas
¡Miserables! y ahí los dejas
Sin que busques su salud.
Y querrás en tus locuras
Que sus almas salgan puras
Y sedientas de virtud!
¡Ay! de aquél que se levanta
Indignado a injuria tanta
Y da campo a su furor!
Que no tiemblas, inhumano,
Cuando pones en la mano
Del verdugo el hacha atroz.
Necio aquél que a la esperanza
Da lugar, — de tu venganza
¿Quién se libra, pueblo, quién?
Tú dominas en la tierra,
Y a los mismos haces guerra
Que al delito echas tal vez.
Tú, si sangre han derramado,
Les demandas indignado
Cuenta en nombre de la grey;
Y tú propio la derramas,
Y gozoso al punto exclamas:
«Satisfecha está mi ley».
Ríe: oh pueblo encrudecido!
De placer cada latido
Que te agita el corazón,
Llena el alma del culpable
De esa rabia inexplicable
Que sofoca a la razón.
Ríe, goza: en tus delirios
No recuerdes los martirios
Infecundos ¡ay! que das:
Si un cadalso se levanta,
Lleva allí tu torpe planta,
Leda, muestra allí tu faz.
Octubre de 1840.
Adolfo Berro