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A DALMIRO: IMITACIÓN DE HORACIO

Tú, querido Dalmiro, tú conmigo
del Alpe fiero la nevada cumbre
y los carpacios riscos vencerías:
tú de la Hercinia al intrincado abrigo,
que jamás conoció del sol la lumbre,
y al golfo del lapón me seguirías;
o al piélago inclemente,
que ciñe al libio ardiente,
o a do el Indo del alba los corales
recibe en sus raudales.

Mas ¡ojalá que el término sereno
de mi vejez consiga en el florido
campo, que baña el Betis sosegado!
Mi triste pecho, de amargura lleno,
olvidará las penas que ha sufrido,
y logrará el reposo suspirado.
No sed del oro insana,
no la ambición tirana,
no del amor el venenoso fuego
turbará mi sosiego.

Allí de un infeliz el fértil suelo
dulce mansión será, donde el aliso
compite al del frondoso Guadiana,
ni es envidiado el refulgente cielo,
que retrata en sus ondas el Anfriso,
donde se eleva de Híspalis ufana
el muro generoso,
y el cerro do lloroso
de Itálica lamenta el peregrino
el mísero destino.

De la pálida Parca el hierro fiero
allí termine mi enojosa vida,
blandamente mis miembros desatando:
tú, amigo, a mi suspiro postrimero
en tu seno darás dulce acogida;
y el no elevado túmulo regando
de helecho y mustias flores,
te verán los pastores
mis cenizas honrar, bañado en llanto,
con el funéreo canto.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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