HUBO UN TIEMPO
He hecho de mí un enigma a vuestros ojos.
Ésta es mi trágica dolencia
San Agustín
I
Hubo un tiempo,
tiempo de la invención y la torpeza,
en el que la soledad era un esplendoroso y pavoroso
exilio, donde se conspiraba contra la lección que no se
quería aprender y se espiaba el misterio que se quería
arrebatar.
Era una gruta húmeda que enrejaba la luz de los helechos,
era el rincón de los castigos donde lágrimas larvadas
entronizaban, al fin, su soberanía,
era la pesadilla que aleteaba acorralada en una alcoba
irreconocible,
o un corazón agazapado en su escondite maquinando
citarse con venganzas, rebeldías y secretos ilícitos.
Era un tiempo de infancia y la soledad prendía su
bengala tras el escudo impenetrable del silencio.
Y el punto umbrío donde se cobijaba sólo era un
mágico amparo para su terco y glorioso resplandor.
II
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.
III
Hubo un tiempo en el que el tiempo
era fluir:
era una trenza de arena que se peinaba invariablemente.
Sus tres cabos se enlazaban, se apretaban entre sí
diferenciados e inseparables.
Nada se postergaba. Nada se anteponía: era un tiempo
predestinado por un singular decreto, una hélice
girando, confundiéndose en una rueda brillante e
invisible.
No era una edad ni una condición, sino el tiempo sin
tiempo de la felicidad perfecta. Del acuerdo. De la
inmóvil y sin medida duración del arrebato.
Era un punto único y misterioso en donde convergía el
tiempo de la memoria, de la profecía y de los ángeles
Ana Rossetti