LA CENA
Al campanazo de la cena corren los monjes,
levantados los hábitos como el apetito.
Corremos nosotros azuzados por el hambre
y un monje parlanchín.
El refectorio de bancos y mesas de madera labrada por los años
resuena al tiro de los platos de peltre.
Rápido entra el abad precedido de su corte.
Bendice la sopa mientras el monje al turno
de leer las escrituras vuela al púlpito.
Lee el monje a borbotones griegos sus salmos
al compás de los gestos del abad comiendo, devorando.
Y como un coro de violines que resuenan como sordas campanas,
los brazos, las manos y las cucharas de los monjes lo acompañan.
De pronto todo es quietud y silencio.
El abad ha decidido terminar de comer.
“Todo el mundo debe salir, dice un viejo monje con la vista puesta en nuestros platos llenos,
la cena ha terminado.”
En la noche del monasterio el hambre acompaña el peregrinar del espíritu.
Armando Romero