En las cuadras del mar duermen términos blancos,
la espuma que crepita, la droga hecha de liquen que mueve a olvidar:
en los establos del mar reina la urraca, la intriga y la discordia,
nueva versión del agua y del bajo oleaje,
nueva versión del agua derramada desde todas las tierras y las tapias del mundo.
Entre los muros del mar callan los abedules que poseen los símbolos del mirlo,
la última voz del bosque,
calla la yedra bárbara que envenenaba ciervos leves como navajas,
el roble boreal,
arrendajos dormidos como libros celestes, incendios y lechuzas de la grava marina.
En las caballerizas del mar, el mar se ahoga con su métrica ardiente,
la flora, las ojivas y las bocas del mar,
concilio de castaños en vilo verdeherido,
y alguien desde muy lejos abdicando, andando desde lejos a morir entre
lejanas ramas empapadas:
alguien desde muy lejos esperando la flora, las ojivas y las bocas del mar.
Entre noviembre y cascos y corolas
el ángel de los remos camina ensangrentado con olor a madera,
con pupila de pájaro el otoño gravita,
acecha el ángel de los cables y las oscuras verjas, los reductos malignos,
y el ángel de la arcilla, matriz de zarza,
polen y estela de placenta que en otoño florece en muerte.
En las caballerizas del mar el mar se ahoga con su métrica ardiente.
Entre los muros del mar callan los abedules que poseen los símbolos del mirlo avisador.
En las cuadras del mar, como en la muerte,
duermen términos blancos.
Blanca Andreu
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