DEL SIGLO LIBRE
El Mariscal subía la dorada escalera,
radiante la mirada, seguro el caminar;
en su brazo una dama se engarzaba ligera:
sus cabellos, el oro, sus pupilas, el mar...
De súbito, en un giro, la rubia cabellera
rompió sus ligaduras en dulce resbalar
y el oro de la trenza y el de la charretera
juntaron sus fulgores con un fulgor solar.
Más noble que en la arenga, más fiera que en la hazaña,
más clara que en los los días de sol de la campaña,
se arreboló de gloria la faz del Mariscal.
Ella insinuó un murmullo de tímidos asombros
y el Héroe dijo raudo: jamás sobre mis hombros
cayó, Señor, el peso de un homenaje igual.
Andrés Eloy Blanco