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A Rosario Blanco M.

EL ALMA INQUIETA

Acércate, ¿la ves? En mis retinas
brilla súbitamente
como la luz que cruza detrás de unas cortinas,
y su revoloteo me ilumina la frente.

Algo le falta o algo tiene demás mi alma;
quizá le faltan frenos; quizá le sobra aliento,
porque nunca está en calma
y para el vuelo es toda pensamiento.

¡Alma mía que vuela con cien alas de rosa,
intacta, sin el vicio del origen humano,
como una mariposa que nació mariposa
sin pasar por gusano!

¿La ves? Porque yo a veces la busco y no la encuentro;
se lanza cielo arriba —trino, espiral, paloma...—
entonces me revuelvo para buscarla dentro
de mí y no está... se ha ido, pero deja el aroma.

¡Yo sé que ella prefiere la quietud de la cumbre:
por vírgenes veredas esparce sus reflejos;
gusta de los parajes donde la podredumbre
del cuerpo no se sienta... donde yo esté más lejos!

A veces de hoja en hoja
salta y agita el ala tenaz como una vela,
y en loco regocijo por la umbría se arroja
como un niño que vaga fugado de la escuela.

Mariposa, turpial, águila, nube...
¡Nube! de esos violentos
jirones que, aunque breves, llenan todo un paisaje;
que en la mañana suben con la aurora que sube,
en el día cabalgan sobre todos los vientos
y al ocaso se quedan fijos en un celaje.

Copo errante de nieve,
busca llamas solares para fundir su frío;
hisopo de la altura, cuando llueve,
¿dónde caerá su clara bendición de rocío?,
¿sobre una flor o sobre el lodo?,
¿sobre la paz de un mudo cementerio aldeano?,
quizá vaya a los mares a ser nada en el Todo,
tal vez quede suspensa sin llegar al pantano...

Cuando yo esté expirando
y la vela del alma tiemble a mi cabecera,
mírame bien y cuando
baje la frente y muera,
veloz, antes que el llanto pueda inundar tus ojos,
apaga el cirio, y luego
vuelve tu aliento y vuelve tus antojos
a este montón de carne desnudo, sordo y ciego.

Apaga el cirio, porque volandera
saldrá el alma en un giro raudo hacia la Quimera;
alma que es mariposa querrá lucir sus galas,
y la atracción de lumbre de la cera
¡puede quemar sus alas!...

1919



Andrés Eloy Blanco


«Tierras que me oyeron» (1921)  
Sed tengo


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