LEYENDO A FRANCIS JAMMES
Leyendo a Francis Jammes,
voy por la carretera.
Hacia el sitio de siempre, el de todas las tardes…
Coleccionista de crepúsculos,
quiero tener la colección completa:
¡oh, los crepúsculos de esta primavera!
He tomado mi abono de butaca silvestre.
Aquí, bajo este árbol joven,
que yo plantara de chiquillo…
Oh, este árbol alegre,
solitario…
Merece un verso mío.
(Sí, don Manuel. Y siempre...).
Ahora cierro el libro. Ya se abre el telón.
Otro nuevo crepúsculo…
La noria de colores alegremente gira.
Y la tarde, la tarde
ciñe a su carne azul un mantón de Manila.
(¡Embriaguez cuotidiana de mis ojos de niño!)
Mutación a la vista.
El “alegro” ha finado.
En un tono menor , sinfoniza el violeta.
Ya se nos va acercando la enlutada Princesa.
Y en su honor, la Ciudad
enciende el homenaje de sus rosas eléctricas.
Desde aquí, resplandece, como una cruz de estrellas.
Retorno.
De los ojos me cuelgan
—todavía—
las flores del crepúsculo. Sobre mi pecho canta
el libro del poeta.
Ésta es la hora en que regresan
las aguadoras jóvenes
con sus cacharros a la cabeza.
Pasa, también, un carretón cargado de pereza.
Pasa un mendigo anciano,
con traje de tristeza.
Pasan unas chiquillas y una canción ingenua,
unos golfos greñudos y unas palabras feas…
Pasa Antonio María —como una cuba rota—,
recitando pasajes de dramones antiguos
y de viejas zarzuelas.
(Este Antonio María anacreóntico
que ha enseñado a leer a las gentes labriegas).
Pasa un verso, también, en la brisa risueña...
Paso yo...
¿Y qué es toda esta cinta, sino otro poema
de Francis Jammes puro,
en este día que nos deja?
Emeterio Gutiérrez Albelo
Tomado de La ciudad del drago. Vida y obra de Emeterio Gutiérrez Albelo