TRISTE
Tú no debes reír, deja que ría
Quien no tiene cual nimbo en la cabeza
La aureola de paz y de tristeza
Que me atrajo con honda simpatía.
Tú no debes reír, amada mía,
Te lo impuso al nacer Naturaleza
Cuando te dio la mística belleza
De un cielo gris al declinar el día.
A ti me lleva el inefable encanto
De algo solemne, misterioso y santo;
Que en tus ojos, rasgados y profundos,
Con destellos de luz están escritos
Esos misterios tristes e infinitos
De noches claras y lejanos mundos.
1895
Francisco A. de Icaza