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ANOTACIONES A LA POÉTICA
CANTO IV

11. ODA ANACREÓNTICA

La tercera clase de odas comprende las anacreónticas, así llamadas del nombre de un poeta griego que adquirió suma gloria cantando sus placeres: al leer sus composiciones, no parecen trabajabas con arte sino nacidas en un momento de inspiración: el corazón entusiasmado del poeta le dictaba pensamientos vivos; su imaginación risueña le presentaba imágenes agradables, y los versos fluían de su labio sin violencia ni esfuerzo: tales son las dotes de la Anacreóntica. Dedicada exclusivamente a celebrar el amor y el vino,


Et juvenum curas et libera vina referre...


nada admite que sea profundo ni elevado; debe mostrar el donaire de una ninfa o el delirio de una bacante; ser viva, risueña, fogosa; aparecer, en una palabra, como la expresión espontánea del contento que rebosa en el pecho del poeta.

A Horacio no le bastó imitar a Píndaro en la oda heroica y aventajarse a todos en la moral; su talento vario y ameno le condujo igualmente a cantar el amor y los placeres en varias composiciones lindísimas por su delicadeza y suavidad. Ya descubre todo el fuego del amor, si desea que Glicera deponga sus desdenes (oda xix, lib. I); ya convida con entusiasmo a Hirpino a desechar cuidados y entregarse al deleite (oda xi, lib. II); ya expresa, en fin, cuantos sentimientos tiernos y apacibles pueden inspirar la pasión y el contento: Horacio parece en estas composiciones el poeta de las Gracias.

Al empezar a declinar la época floreciente de nuestra poesía, apareció Villegas, que sin tomar de su maestro Argensola la corrección y el gusto, lució sin embargo en las eróticas, compuestas en su edad florida, las prendas que recomiendan tales composiciones. Así es que a pesar de las manchas con que afeó algunas, son en general tan fáciles y agradables que halagan el oído y se graban al punto en la memoria: habiendo logrado que se reconozca a su autor como el poeta antiguo castellano que más sobresalió en este género. Tradujo e imitó a Anacreonte con bastante acierto, como se ve en estas muestras:


    Quiero cantar de Cadmo,
Quiero cantar de Atridas;
Mas ¡ay! que de amor solo,
Solo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
Las cuerdas mudo a prisa;
Pero si yo de Alcides,
Ella do amor suspira.
Pues, Héroes valientes,
Quedaos desde este día;
Porque ya de amor solo,
Solo canta mi lira.
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    Al Amor descuidado
Cogieron las Pimpleas,
Y con grillos de flores
AI decoro le entregan.
Luego para el rescate
La misma Citerea
Previene muchos dones
Y da grandes riquezas;
Pero cuando lo libre,
Tenga por cosa cierta
Que amor tarde se arranca
Si a ser esclavo empieza.



En la anterior composición se descubre un pensamiento moral, presentado bajo el velo de una alegoría delicada y graciosa; en la siguiente se admira un cuadro bellísimo de la misma clase:


    Amor entre las rosas,
No recelando el pico
De una que allí volaba
Abeja, salió herido;
Y luego dando al viento
Mil dolorosos gritos,
En busca de su madre
Se fue cual torbellino.
Hallola, y arrojado
En su gremio, esto dijo:
«Madre, yo vengo muerto;
Sin duda, madre, expiro;
Que de una sierpecilla
Con alas vengo herido,
A quien todos abeja
Llaman y es basilisco».
Pero Venus entonces
Le respondió a su niño:
«Si un animal tan corto
Da dolor tan prolijo,
Los que tú cada día
Penetras con tus tiros,
¿Cuánto más dolorosos
Que tú estarán, Cupido?»



Las anteriores composiciones de Anacreonte me traen a la memoria una bellísima de un poeta nuestro, que floreció en tiempo del emperador Carlos V; Cristóbal de Castillejo pintaba de esta suerte:


AL AMOR PRESO

    Por unas huertas hermosas
Vagando muy linda Lida,
Tejió de lirios y rosas
Blancas, frescas y olorosas
Una guirnalda florida:
    Y andando en esta labor,
Viendo a deshora al Amor
En las rosas escondido.
Con las que ella había cogido,
Prendiole como a traidor.
    El muchacho no domado
Que nunca pensó prenderse,
Viéndose preso y atado,
Al principio muy airado
Pugnaba por defenderse:
    Y en sus alas estribando
Forcejaba peleando,
Y tentaba, aunque desnudo,
De desatarse del ñudo
Para valerse volando.
    Pero viendo la blancura
Que sus pechos descubrían,
Como leche fresca y pura,
Que a su madre en hermosura
Ventaja no conocían;
    Y su rostro que a encender
Era bastante y mover
Con su mucha lozanía
Los mismos Dioses, pedía
Para dejarse vencer.
    Vuelto a Venus a la hora,
Hablándole desde allí
Dijo: «Madre, emperadora,
Desde hoy más busca, señora,
Un nuevo Amor para ti.
    Y esta nueva con oílla
No te mueva o dé mancilia;
Que habiendo yo de reinar,
Este es el propio lugar
En que se ponga mi silla».



En las composiciones originales de Villegas se hallan también muchos pasajes bellísimos por su sencillez: supone, por ejemplo, que va a buscar a su querida, que le espera bajo unos espesos árboles, y encarga al Dios de los huertos, que patrocine sus amores:


    Príapo, si tardare
Y el hortelano hallare
Rastro de nuestra huella,
Y no hallares disculpa que lo abone,
Dirasle que perdone.



Si pide un beso a su querida, manifiesta en la vehemencia de la expresión el fuego que le abrasa:


Lidia, ¿qué te acobarda?
¿No ves que si se tarda
Un punto, un solo instante
Tu regalado beso,
Perderás un amante
Y yo perderé el seso?



Cuando celebra el vino, la cadencia de los versos convida a cantarlos:


    Al son de las castañas
Que saltan en el fuego,
Echa vino, muchacho,
Beba Lesbia y juguemos...



y cuando en el ardor de la embriaguez recorre para disculparse los objetos de la naturaleza, vemos su locura retratada en estos versos, traducidos de Anacreonte:


    Bebe la tierra fértil,
Y a la tierra las plantas,
Las aguas a los vientos,
Los soles a las aguas,
A los soles las lunas
Y las estrellas claras:
¿Pues por qué la bebida
Me vedáis, camaradas?



Este es el tono propio de la anacreóntica, la cual requiere como principales dotes suma facilidad y dulzura.

Mientras reinó el mal gusto, ocupados nuestros poetas en delirar en tono elevado, no dejaron ningunas anacreónticas que merezcan citarse; pero llegada una época más favorable en el último tercio del pasado siglo, don José Cadalso y don José Iglesias ensayaron felizmente la lira en este género; y después de ellos don Juan Meléndez Valdés sobresalió en él tanto, que quizá le debe los mayores títulos de su gloria.

De Cadalso es la siguiente anacreóntica, que no carece de facilidad y soltura:


    ¿Quién es aquel que baja
Por aquella colina,
La botella en la mano,
En el rostro la risa,
De pámpanos y yedra
La cabeza ceñida,
Cercado de zagales,
Rodeado de ninfas,
Que al son de los panderos
Dan voces de alegría,
Celebran sus hazañas,
Aplauden su venida?
Sin duda será Baco,
El padre de las viñas;
Pues no, que es el poeta
Autor de esta letrilla.



Es de Iglesias esta otra composición recuerda a Villegas:


    Debajo de aquel árbol
De ramas bulliciosas,
Donde sabrosos trinos
El ruiseñor entona,
Y entre guijueias ríe
La fuente sonorosa;
La mesa, o Nise, ponme
Sobre las frescas rosas.
Y de sabroso vino
Llena, llena mi copa.
Y bebamos alegres
Brindando en sed beoda,
Sin penas, sin cuidados,
Sin sustos ni congojas:
Y deja que en la corte
Los grandes en buen hora,
De adulación servidos,
Con mil cuidados coman.



Meléndez mostró en sus anacreónticas pincel más delicado y colorido más suave que los anteriores poetas: en algunos de sus cuadros parece descubrirse la mano de Metastasio, como en los dos siguientes:


EL AMOR MARIPOSA.

    Viendo el Amor un día
Que mil lindas zagalas
Huían dél medrosas
Por mirarle con armas,
Dicen que de picado
Les juró la venganza,
Y una burla les hizo,
Como suya extremada.
Tornose en mariposa,
Las bracitos en alas
Y los pies ternezuelos
En patitas doradas.
¡Oh, qué bien que parece!
¡Oh, qué suelto que vaga,
Y ante el sol hace alarde
De su púrpura y nácar!
Ya en el valle se pierde;
Ya en una flor se para,
Ya otra besa festivo,
Y otra ronda y halaga.
Las zagalas al verle,
Por sus vuelos y gracia
Mariposa le juzgan,
Y en seguirle no tardan.
Una a cogerle llega,
Y él la burla y se escapa;
Otra en pos va corriendo,
Y otra simple le llama.
Ya que juntas las mira,
En un punto mudada
La forma, Amor se muestra
Y a todas las abrasa.
Mas las alas ligeras
En los hombros por gala
Se guardó el fementido,
Y así a todos alcanza:
También de mariposa
Le quedó la inconstancia;
Llega, hiere, y de un pecho
A herir otro se pasa.


EL AMOR FUGITIVO.

    Por morar en mi pecho
El traidor Cupidillo,
Del seno de su madre
Se ha escapado de Gnido.
Sus hermanos le lloran,
Y tres besos divinos
Dar promete Dione,
Si le entregan al hijo.
Mil amantes le buscan;
Pero nadie ha podido
Saber, Dorila, en donde
Se esconde el fugitivo.
¿Darele yo a Cíteres?
¿Le dejaré en su asilo?
¿O iré a gozar el premio
De besos ofrecidos?
¡Ay! tú a quien por su madre
Tendrá el alado niño,
Dame, dame uno solo,
Y tómale, bien mío.



Propia por su natural expresión para los sentimientos tiernos, la voz de Meléndez era más acomodada para cantar los placeres del amor que no los del vino: estos exigen la libertad, si cabe decirlo así, y la desenvoltura de Villegas; pero a los otros les asienta mejor un acento más dulce y apacible:


LA PALOMA DE FILIS.

    Donosa palomita,
Así tu pichón bello
Cada amoroso arrullo
Te pague con un beso,
Que me digas, pues moras
De Filis en el seno,
Si entre su nieve sientes
De amor el dulce fuego.
Dime, dime, si gusta
Del néctar de Lieo;
O si sus labios tocan
La copa con recelo.
Tú a sus blandos convites
Asistes y a sus juegos,
En su seno te duermes,
Y respiras su aliento.
¿Se querella? ¿suspira
Turbada? ¿en el silencio
Del valle con frecuencia
Los ojos vuelve al cielo?
Cuando con blandas alas
Te enlazas a su cuello,
Ave feliz, di, ¿sientes
Su corazón inquieto?
¡Ay! dímelo, paloma;
Así tu pichón bello
Cada amoroso arrullo
Te pague con un beso.

autógrafo

Francisco Martínez de la Rosa


«Poética» (1843)

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