ALMOHADA DE QUEVEDO
Cerca que véote la mi muerte, cerca que te oigo
por entre las tablas urgentes, que te palpo
y olfatéote con los gallos, cuadernas
y sogas para la embarcación, cerca
nerviosa mía que me aleteas y me andas
desnuda por el seso y
yo ácido
en el ejercicio del reino
que no reiné, feo
como es todo el espectáculo
éste del alambre
al sentido,
la composición
pendular.
Feo que el cuerpo tenga que envejecer
para volar de amanecida con esos trémolos
pavorosos, vaca
la hueca bóveda de zafiro, ¿qué haremos mi
perdedora tan alto
por allá?, ¿otra casa
de palo precioso para morar alerce, mármol
morar, aluminio; o no habrá
ocasión comparable a esta máquina
de dormir y velar limpias las
sábanas, lúcido
el portento?
Tórtola occipital, costumbre de ti, no me duele
que respires de mí, ni me hurtes
el aire: amo tu arrullo;
ni exíjote número ni hora exíjote, tan cerca
como vas y vienes viniendo a mí desde
que nos nacimos obstinados los dos en nuestras dos
niñeces cuya trama es una sola filmación, un
mismo cauterio: tú el vidrio,
la persona yo del espejo.
Parca,
mudanza de marfil.
Gonzalo Rojas