LA RUPTURA
Doraban tenues rayos fugitivos
Del mar azul los líquidos cristales,
Y ambos callados, ambos pensativos,
Íbamos por la senda de rosales.
Tras un largo silencio, entristecida,
Me dijo en baja voz: —«Tarde o temprano
Volverás con el alma adolorida,
Y te has de arrepentir... mas todo en vano».
—«Así será, pero el agravio es hondo»
Le repuse, «y echada está la suerte;
Y aunque el dolor a los demás escondo,
Va en el dolor del corazón, la muerte»...
En la costa callada anochecía;
Como manchas de sombra eran las palmas;
Y lentamente, al regresar, caía
Más oscura la noche a nuestras almas.
Ismael Enrique Arciniegas