PIEDRA DE TROPIEZO
Aquí
donde el nopal, el cacto y el maguey dialogan
sobre esta tierra que no supieron ayer labrar los hombres.
Aquí
donde conversan, en nieblas cimas o sobre el campo
yermo de la memoria,
aquí regreso al fin
al origen del acto de la sombra, donde la vida incendia sus
puentes silenciosos
sobre ríos sin barcas,
entre dos largos gemidos,
entre dos golpes en las sienes
por la última resurrección.
La llanura con todas sus cigarras grita
y en el primer árbol de humo se engendra la llama, el día,
lento animal resplandeciente bajo el frescor de arilos del alba...
¡Oh incesante creación! evidencia terrible de un caracol
infinito,
puño cerrado de aguas bajo un talar de tigres, sueño de lunas
bajo un rugir de soles.
¿Por qué este árbol protector?
¿Por qué esta sabiduría del ignorante en medio
de todo conocimiento?
¡Ay! ¿El ser no es antes ayuno que festín?
Un gavilán ciego desciende y corta la soledad como un pan.
De pronto,
alguien rasga su corazón antes que sus vestiduras.
Y aquí de nuevo, aquí donde el nopal, el cacto y el
maguey dialogan,
se escucha el oleaje de la sangre:
«Como la mar hace la nave, como el viento crea el pájaro,
como la eternidad hace al hombre, así la vida engendra el poema.
Brota un súbito cielo de extrañas constelaciones:
rostros de nunca vistas algas con forma de caimanes,
bosques de serpientes, y jabalíes y coyotes mordiendo
la cola de un caballo recién nacido».
Ya el tiempo se serena. humea la sangre en el espíritu.
Entre mis huesos silba el silencio como el viento, sobre las aguas
se mecen soles en equilibrio.
¡Oh, hambre de eternidad! ¡perra azul! madre
de todo lo que destruye:
la sed, la espada y la tempestad.
He aquí el águila que sabe
lo que ignora el abismo.
Valle del Mezquital, 1957
Juan Bañuelos