SITIOS
Andenes agobiados por la carga y descarga
de mercancías que suenan como cráneos.
Techos de nubes como tifones aún dormidos.
Uno descansa al horizonte
como un vaso de aguardiente
sobre una mesa lacónica y de cedro.
Aquél devana una madeja de liendres instantáneas.
El ojo cambia.
Lechuzas disecadas, erizos embrujados,1
lechada fría de miseria, ¡qué peste, dios
mío!
¡Qué pestilencia de sombras como frutas magulladas!
(Los amos bien saben de estas cosas).
Viejo mercado de «La Merced»,
alquimia de lana negra y pulque acedo,
la calle de Mesones tiembla y tiembla de frío
como una esponja triste.
De pronto, «va el golpe» en carretillas de ron y mariguana
y cae la frente antes que el ojo,
como una bandera hecha jirones
en una batalla que nunca tuvo lugar.
México de tarde en sus mercados
es una mujer que tiene negros costurones en su vientre.
El ojo cambia.
Ahora están más cerca del Valle
que de estas lentas colinas.
Camino a Cuernavaca. La noche llueve.
«El Mirador» hace estallar una granada de aerolitos
La Torre Latinoamericana es una estalagmita
sobre el teclado de la ciudad.
¡Navío espléndido este Valle!
La cruel avenida de turistas
es un pañuelo de colillas,
«¡Atrás de la raya! ¡Señores, la raíz de esta planta
cura el cáncer!»
Esta ciudad tiene los muslos tatuados
de esquinas y de ciegos,
el Monte de Piedad gime de pena.
El ojo cambia.
Leo el olvido y atravieso el «puente del odio».
Penetro en las cuevas de arena, pobladas
de insectos y miseria:
aquí se mata por un charco de agua, aquí duermen
roedores de las sobras, recuerdo de los vivos.
Aquí aúlla mucho mejor la muerte:
la axila de los amos, verde de moscas.
Sitios de la ciudad, comedias como dagas.
¡Ah peste! Peste. En la quijada de un perro atropellado
escribo: ¡Basta!
Juan Bañuelos
1 En otra versión este verso es: Lechuzas disecadas, erizos fatalistas,