AMANECIENDO
Un niño muerto en la cuna
La madre llorando al pie;
Por la ventana se ve
Llegar a ocaso la luna.
En la pobre habitación
Brilla escasa y tenue luz
Debajo de negra cruz,
Emblema de redención.
La madre se desespera,
Y junta, besando al niño,
A lo blanco del armiño
La palidez de la cera.
A un tiempo se queja y ora
A un tiempo duda y suspira;
Le habla, lo toca, lo mira,
Pronuncia su nombre y llora.
A veces, «¿Por qué te vas?»
Pregunta con hondo empeño,
Y a veces dice: «¡Es un sueño!
Ya pronto despertarás».
Y mirando al niño yerto,
Exclama en su desvarío:
«¡Qué sosegado y que frío!
¡Si parece que está muerto!»
Y con esta ilusión vana,
Que encarna allí su fortuna,
Parece junto a la cuna
Un ángel en forma humana.
Oye un coro resonar
Que dulces voces derrama:
«¡Son los ángeles», exclama;
»Se lo vienen a llevar!»
Y al ver los rojos destellos
Que bajan del niño en pos,
Agrega: «Te alumbra Dios
El camino: ¡ve con ellos!»
«Sí, Dios te llama, alma mía»...
Y el rostro al del niño junta,
Y se desmaya; y despunta
Allá por Oriente el día.
¡Todo es luz, vida y belleza
En torno de aquel dolor!
¡Y hay quien llame con amor
Madre a la naturaleza!
1882
Juan de Dios Peza