XII
Hay una brisa de inefable ruido,
que al bajar de la fresca serranía,
por anunciarme su llegada, envía
gratos perfumes de maizal florido.
Disuelta sobre el llano estremecido,
cual un extraño espíritu, me espía;
y aunque mis ojos no la ven, podría
reconocerla entre el palmar mi oído.
Como un suspiro de la selva ausente,
por disipar mis íntimas congojas,
despeinando mi sien, besa mi frente;
y a su blanda caricia femenina,
tiembla de placidez, como las hojas,
mi ser en la frescura matutina.
José Eustasio Rivera