ÍNTIMA
Anoche, cuando huiste
y me dejaste solo,
desconfiado y triste
y yerto como un témpano del Polo,
sentí cólera y celos
y, para despreciarte, ¡pedí bríos
al Dios que está en los cielos!
¡Mas... volviste! Y tus ojos más sombríos
me miraron... entonces tu hechicera
pupila pareciome más obscura
que la siniestra hondura
de un cielo por la sombra encapotado:
¡ah... como si la hubiera
reteñido la tinta del pecado!
Pero al hacerte un tímido reproche
y saber la verdad desnuda y fría,
de tu pupila entre la ardiente noche,
la estrella del cando resplandecía.
Julio Flórez