PLENO AMOR
I
¿Amor envuelve en las formas
de un viento? Se transfigura
bajo un viento nuestro abrazo:
concentrándose está en lucha.
Triunfo habrá para los dos,
gocémonos. ¡Oh, no hay burla
contra la fe ya animal
de toda la criatura!
Desaparece la estancia.
Una luz de anhelo y súplica
crea un ámbito al amor
con muros de sombras juntas.
Infinita, sí, trascurre
la noche. Pero se ajusta
—con la precisión de un mundo
soñado por la absoluta
claridad— a este clarísimo
destino: nuestra ventura.
Y la ventura despacio
va confiándose —nunca
más estrellas en el cielo—
a una pesadumbre suya.
Mientras —la carne es también
alma, reina tu blancura—
un ritmo acoge y acrece
la obstinación —¡qué profunda
masa tanta noche en vela!—
de esta casi calentura,
de este buen ardor.
Palpitan,
humildemente nocturnas,
las estrellas como si
regalasen una luna
de paz.
Paz en la verdad.
II
En la verdad.
Y se anuncia
lo más fabuloso. ¿Tumba
para una resurrección,
para llegar a ser pluma
casi indistinta del aire,
aire sobre el mar, espuma
que fuese nube en un cielo
con voz de mar?
No hay más ruta
que este más allá mortal:
vértigo de una dulzura
que de más vida en más vida
se atropella, se derrumba,
—¡llega a tal embriaguez
el ser que desde su altura
conspira al derrumbamiento!—
y va a la noche desnuda
con un ansia de catástrofe,
o de postrer paz, en fuga
final ¿hacia qué reposos,
qué aplanamientos, qué anchuras?
¿O hacia la aniquilación
desesperada?
Concluya,
concluya tanta inminencia.
Todo se confía —nunca
más estrellas en el cielo—
a su pesadumbre muda,
fatal.
¡Sea!
Fatalmente
puede más que yo la angustia
que me entrega a la catástrofe,
—todo conmigo sucumba—
que no será… que no es
una catástrofe —¡brusca
perfección!— por más que abdique,
y se desplome y se hunda
—amor, amor realizado—
el alma en su carne: puras.
Wellesley, 1943
Jorge Guillén