A UN RAYO QUE MATÓ A UN BURRO
Arde consuena con horrendo estampido
Jove que en la nube iracundo inflama
y en la pálida lumbre que derrama
amagado el mortal teme encogido.
Al trueno horrendamente repetido
huye a esconderse en la apartada cama
lloroso el Niño, y tus piedades llama,
Jove, el justo varón descolorido.
Se estremece el Olimpo, y ya apercibe
tu mano el rayo que hasta al justo aterra
y fulminado en fin baja violento:
y cuando en vicios opulentos vive
el vil Ganion, azote de la tierra,
¿se ceba tu furor en un jumento?
Juan Pablo Forner y Segarra