EL ADIÓS DEL POLACO
Al pie de la blanca reja
De una entreabierta ventana,
Donde la luz se refleja
De la naciente mañana,
Está un polaco guerrero
Henchido de patrio ardor,
Dando así su adiós postrero
A la virgen de su amor.
—¿No escuchas el sonido
Del clarín estruendoso de batalla
Y el hórrido estampido
Del tronante cañón y la metralla?
¿No ves alzarse al cielo
Rojo vapor de sangre que aún humea,
Mezclándose en su vuelo
Al humo negro de incendiaria tea?
¿No ves las numerosas
Huestes bajar desde la cumbre al llano,
Hollando las hermosas
Flores que esparce pródigo el verano?
¿No ves a los tiranos
Desgarrar de la patria inmaculada,
Con infamantes manos,
La veste azul de perlas recamada?
Polonia, enardecida
Por el rigor de sus constantes penas,
Álzase decidida
A romper para siempre sus cadenas.
Al grito de venganza
Sus esforzados hijos valerosos,
Empuñando la lanza,
Se arrojan al combate presurosos.
Tu amor abandonando,
Audaz me lanzo a la feroz pelea,
Pobre paria buscando
Muerte a la luz de redentora idea.
Ni el tiempo ni la ausencia
Harán que olvide tu cariño tierno.
¡En la humana existencia
Sólo el primer amor es el eterno!
Adiós. Si de la gloria
A merecer no alcanzo los favores
Conserva en tu memoria
El recuerdo feliz de mis amores.
Dame el último beso
Con el postrer adiós de la partida,
Para llevarlo impreso
Hasta el postrer instante de la vida.
Dijo. La joven lo estrecha
En sus brazos, con pasión,
En llanto amargo deshecha,
Oprimido el corazón.
Veloz como el raudo viento,
Él al combate voló.
¡Siempre al patriótico acento
El amor enmudeció!
Julián del Casal