NOSOTROS
Somos nosotros los que conducimos
la vida hacia la luz cada mañana.
Los astros en su eterno movimiento
sólo descubren soledad callada,
sólo belleza y soledad. La tierra
se abre fría y hermosa. Por su espalda
vuelven los ríos, tornan las colinas
a erguir sus pechos, puros se levantan
los impasibles árboles.
Nosotros
conseguimos que gire la esperanza
sobre la desolada geografía.
Damos la vuelta al mundo en cada
amanecer. Y el sol vuelve a alumbrarnos.
La vida cobra gozo y ansia,
pena y pasión.
Nosotros construimos
así el amanecer; somos la raya
que divide lo exacto de lo vivo,
lo puro de lo vivo que se empapa
de sangre; la frontera
entre lo bello y lo que ríe y canta
y llora y sufre. En nuestra boca
está el secreto: el día, el mundo, hablan
por nosotros. No somos seres
perfectos. Nada puros. Nada
exactos. Nos conmueven
vertiginosas ráfagas,
ciegos limos nos cubren, nos cimientan
movedizas arenas cálidas
y el tiempo torvamente con su estrago
nos amenaza...
Pero tenemos el secreto.
Acaso asusta comprobarlo: estaba
todo perfecto, bello, y viene el hombre
a sembrar la discordia, la cizaña
en medio de la obra sin mancilla,
a salpicarlo todo con su mancha
roja, indeleble...
Pero
sin su huella ¿qué vale la obra intacta?
II
Nosotros somos los que conducimos
la vida.
Vagamente
lo comprendemos: vamos enturbiando
la belleza inhumana, ese
río purísimo. Ponemos
barro y dolor con nuestra muerte.
Nosotros somos esa mancha roja
que turba el ampo de la nieve.
Estigma somos. Imprevisto
desacorde en la música celeste.
De sangre están manchadas nuestras manos
por dentro. Sangre que inocente
llega en las venas a ser ansia
del corazón hasta los dedos.
Eje
de sangre somos que da vueltas
al carrusel del mundo, lentamente.
III
Nosotros vamos dando vueltas
a la vida. Elevamos sombras
hacia la luz. Hundimos luces
hacia la oscuridad. Y otra
vez levantamos con esfuerzo
las señas luminosas.
Nosotros somos los que fabricamos
las piezas de esta rueda giratoria.
Nadie diría que llevamos siglos
de aprendizaje; aún se equivoca
la mano, aún hay errores
terribles, aún nos falla la memoria.
Nosotros extraemos en el bosque
del tiempo estas verdades, estas pocas
palabras, ramas con que se mantiene
tras la ceniza aún la lumbre roja:
libertad esperanza amor, mañana
hijo, alegría, corazón, no importa.
Nosotros dibujamos con las suelas
de los viejos zapatos una honda
vereda, un hondo surco donde sigue
prendiendo la semilla silenciosa.
Somos los que afirmamos cada día
la realidad: redonda
es la tierra y la vida entre las manos
del hombre debe ser también redonda.
Queremos darle vueltas a la vida.
Por eso no se nos perdona.
Leopoldo de Luis