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NEW MOWN HAY

Aunque temprano, se aletarga el día
en su blonda tibieza; un gran sosiego,
si no turba, atempera la alegría
dominical, del parque solariego.

El otoño clemente que aún perfuma
de reseda sus albas más tranquilas,
mezcla con los follajes y la bruma
tenues azules y difusos lilas.

El tiple carillón del presbitero
congrega a los rurales feligreses:
un poco más allá del cementerio
recién blanqueado, amarillean mieses.

Si ya hay niebla—¡oh, muy poca!—es solo para
dar a la aurora suavidad más bella,
como polvo de arroz que mitigara
sus excesivas rosas de doncella.

En suspicaz enjambre, las amigas
que libertara un oportuno asueto,
vendrán a reposar de sus fatigas
poco estudiosas, al jardín discreto.

Otilia, presintiéndolas, madruga;
y desoyendo a la mimosa abuela,
se decide a emprender alegre fuga
con su noble lebrel de centinela.

Su paso turba el conventual mutismo
del peinado jardín que se aburría,
en el fácil rigor y el servilismo
matemático de la simetría.

Bajo la cofia de profuso encaje,
su carita a la vez traviesa y boba,
en la gracia apacible del paisaje
como sombreada de quietud se arroba.

Frívola ambigüedad forma su gala,
prestando, con sutil coquetería,
a su ciencia precoz de colegiala
sus candideces de Hija de María.

Y si cuando la embriaga la locura
del columpio lanzado a todo vuelo,
muestra sus piernas de ducal finura
con la ingenua malicia de un pilluelo;

En la capilla, en oblación austera,
con piadosas ternuras acaricia
un ensueño claustral—y si no fuera
por el cabello, entrara de novicia.

Contiene y turba su inocencia extraña;
y cuando ríe con locuaces trinos,
se piensa vagamente en el champaña
que acidula los besos clandestinos.

Desde el pasado abril, no bien completo,
hay algo en ella levemente huraño,
y su corpiño, en virginal secreto,
junto con las manzanas se hinchó este año.

Evoca un paje rubio su esperanza,
como un poema de visiones rico,
en el título azul de una romanza
o en el tema de amor de un abanico.

Ismenia tiene novios, y Clorinda
da que hablar con su boda ya cercana;
pero ella se conoce por más linda
que Ismenia, que Clorinda y que Susana...

Y el tren cuya marcha abrevia el plazo
que separa a las lindas compañeras,
con su fragor de colosal cedazo
disipa en poívo de oro sus quimeras.

autógrafo

Leopoldo Lugones


«Los crepúsculos del jardÍn» (1905)

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