V. A UN ANGELITO
Sólo tocó el umbral
de este mundo y se fue.
Con vino y aguardiente
nos alegramos todos,
porque no se llevaba de la tierra
ni una palabra dura
ni una gota de hiel,
sino un trébol pegado
a su talón de un día.
Le pusimos dos alas
de papel en los hombros:
rosas del sur ardían
en su traje de cielo.
Su madre lo lloraba,
y nosotros bailábamos.
Leopoldo Marechal