EL DISCÍPULO
A través de los siglos vengo de la colina
eterna del Calvario: en los ojos la dura
visión atormentada de universal pavura
y en el alma el misterio de la angustia divina.
Hierve aún en mis manos la fuente purpurina
que en ellas vertió el filtro de la cabeza oscura,
y aún en mis oídos el lamento perdura
que repitió, temblando, la tarde palestina.
Bebí en el doble cauce de las plantas la muerta
corriente de la vida que desató el pecado;
fluyó en mi cáliz trémulo la muda herida abierta.
Y recogí en el cuenco del ojo moribundo
la lumbre indeficiente que ahora, en mi costado,
el prodigio renueva del Horeb ante el mundo.
Mario Carvajal