LA MAREA SIN TREGUA
Alegre de huracanes peinadores del bosque,
desnudaba su grito vistiéndolo de alas,
sus veinte años
pegaban besos como botones de avaro...
Pero de súbito
dejó la piel igual que la culebra;
se incorporó como un árbol,
no se vieron sus pies:
eran raíces.
Y antes de que sus redes abrazaran
el océano,
sus ojos ya venían de regreso
abarcando distancias
y trayendo
pájaros nunca vistos,
y orígenes redondos como el génesis,
sin salida también
como la O inventada por la muerte.
Porque él sabe,
lo comprende,
lo comprendió desde que no existía,
que en nuestra sangre hay algo de aquel juego,
algo de aquel impulso,
de aquel ritmo que huye y que se acerca,
que viene y va, quizá como las venas,
que está grave
jugando al aro con los universos.
Manuel del Cabral