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AL TEQUENDAMA

El rey de la natura,
Que el ancho suelo de trofeos llena;
El que adiestra en obscura
Mar osado bajel, y en la honda arena
Tesoros busca y monstruos encadena;

El que al viento y la nube
Burlando, al rayo señaló camino;
Que en leves globos sube
Por el éter inmenso y cristalino,
Y de la muerte ríe y del destino;

Si la atrevida planta,
¡Oh Tequendama! en soledad perdido
Por tu bosque adelanta,
De tus ondas al hórrido bramido
Siéntese de pavor sobrecogido;

Y al contemplar alzada
Sobre ese abismo, do el espanto mora,
Del iris coronada,
Tu frente de los siglos vencedora,
El paso tiene y tu deidad adora.

Que tú al Omnipotente
Retratas, Tequendama, en tu grandeza:
Igual y permanente;
Misterioso y terrible, y de belleza
Rodeado en tu misma terribleza!

Cíñete en cerco inmenso
Tajada roca; y cual del ara santa
Sube devoto incienso,
Del lecho que tu cólera quebranta,
A ti 1a niebla en ondas se levanta.

Nudos entorno, inmobles,
Sobre el hondo inclinados, compañía
Te hacen los yertos robles;
Y los ecos se aluengan a porfía
Reclamando la horrísona armonía.

Contigo su ventura
Trocarán ríos que abatió el humano
A servidumbre dura:
¿Qué mucho, si su propio orgullo, vano
Siente salir, gimiendo, el Oceano?

Si nunca sujetarte
La fuerza osó, tampoco te sujeta
Con su poder el arte:
Fijo el pintor tu instable faz respeta:
Tu voz ahoga el canto del poeta.

¿Cuál semidiós, cuál hombre
Te vio primero, Tequendama ondoso?
¿Cuán antiguo es tu nombre?
¿O cuándo hubiste un punto de reposo
En siglos de furor vertiginoso?

Mi alada fantasía
Tu origen indagando, en balde afana:
En balde sube al día
En que asombraste a la bravura hispana
Y tumba diste a la riqueza indiana.

De míticas memorias
Te halló cercado la invasora gente:
No si disipa glorias
La razón tales; no si de repente
Se renueva la faz del continente.

Cambió el que te decora,
Anciano bosque, ni el furor mesuras:
Como truenas ahora,
Allá tronaste en épocas obscuras,
Y seguirás tronando en las futuras.

En tu roca cimera
Sentó entre espumas tuyas su pisada
Bolívar: pasajera
Cual la conquistadora de Quesada
Brilló ante ti su redentora espada.

Que de tropel los años
Tú ves pasar impávido delante,
Ajeno de sus daños;
¡Y de imperios que se hunden ignorante,
Tu diadema sustentas radiante!

Si no es silencio frío
La muerte; holgura sí y esparcimiento:
No lóbrego vacío,
Mas cobrar voz y luz y movimiento
En la mar, en los astros, en el viento;

¡Mirándote, la muerte
Yo siento: en tu grandeza engrandecido
Y con tus fuerzas fuerte,
Y todo en ti, de mí desposeído,
Gozo en tu gloria y mi miseria olvido!

¡Adiós! Mi frágil canto
Cual tus nieblas que el cierzo desparrama,
Fallece: tu voz tanto
Durará igual, cuanto del sol la llama...
¡Mas no sin fin, soberbio Tequendama!

¡Día vendrá en que al suelo
Hable el Hijo del Hombre, y resplandezca
En las nubes del cielo,
Y el astro-rey sus rayos oscurezca,
Y tu cólera súbito enmudezca!

autógrafo

Miguel Antonio Caro


«Poesías» (1866)

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