AL SUEÑO
¡Dueño amoroso y fuerte,
en los reveses de la ciega suerte
y en los combates del amor abrigo,
del albedrío dueño,
del alma enferma cariñoso amigo,
fiel y discreto sueño!
Eres tú de la paz eterna y honda
del último reposo
el apóstol errante y misterioso
que en torno nuestro ronda
y que nos mete al alma
cuando luchando por vivir padece,
la dulce y santa calma
que a la par que la aquieta la enardece.
Al débil das escudo,
robusto y bien ceñido,
para el combate rudo,
¡el escudo compacto del olvido!
Fortificas al fuerte
dando a su vida fuerzas de la muerte,
Tú con tierno cariño
nos meces en tu seno
como la madre al niño,
cantándonos canciones
con suave ritmo de caricias lleno;
y cuando llega tu hora,
jadeantes se tienden las pasiones
a dormir a tu sombra bienhechora.
En tu divina escuela,
neta y desnuda y sin extraño adorno,
la verdad se revela,
paz derramando en torno;
al oscuro calor de tu regazo,
contenta y recogida,
como el ave en su nido,
libre de ajeno lazo,
desnuda alienta la callada vida,
acurrucada en recatado olvido,
lejos del mundo de la luz y el ruido;
lejos de su tumulto
que poco a poco el alma nos agota,
en el rincón oculto
en que la fuente de la calma brota.
De tu apartado hogar en el asilo,
como una madre tierna
da en su pecho tranquilo
al hijo dulce leche nutritiva,
tú nos das la verdad eterna y viva
que nos sostiene el alma,
la alta verdad augusta,
la fuente de la calma
que nos consuela de la adversa suerte,
la fe viva y robusta
de que la vida vive de la muerte.
Cuando al que sirve sin rencor ni dolo
del ideal en el combate duro,
puesta la vista en el confín futuro,
a la verlad tan solo,
le dejan solo en la tenaz porfía.
tú no le dejas;
tú le sirves de atenta compañía,
tú con voz silenciosa le aconsejas,
y en horas de tristeza
le das tu soledad por fortaleza.
Cual se lanzan ruidosos los torrentes
de escarpadas montañas
por abruptas vertientes
a descansar del lago en las entrañas,
donde en mullido lecho
los despojos que arrastran de desecho
son de vidas innúmeras la cuna,
así nuestras pasiones
arrastran a tu lecho, sueño manso,
perdidas ilusiones
que a favor del remanso
entretejen en ti una isla vaga,
isla de libertad y de descanso,
retiro de la maga
soberana señora fantasía,
que da cuerpo y figura
a cuanto el pecho ansia,
sacando de tu hondura
en la dulce visión sin consistencia,
consuelo de la mísera existencia.
Eres el lago silencioso y hondo
de reposada orilla,
el lago en cuyo fondo
descansa del desgate el sedimento,
donde toda mancilla
se purga a curso lento,
y en que por magia de sutil mudanza
se convierte en recuerdo la esperanza.
Cuando se acuesta el sol en el ocaso
deja tras su carrera,
vibrando luminoso en la alta esfera
el áureo polvo de su augusto paso,
polvo que lento posa
en las faldas oscuras
de la noche callada y tenebrosa;
y allá, por las alturas
del infinito, abriéndose encendida,
la creación augusta se revela
en campo sin medida
que con engaño el sol de día cela
al mostrarnos cual sólida techumbre
que a nuestro mundo encierra
el insondable mar del firmamento
en que esta pobre tierra
se pierde en la infinita muchedumbre
de los mundos sin cuento.
Al disiparse así en tu regazo
el sol de la vigilia engañadora,
¡oh, sueño!, ¡mar sin fondo y sin orilla!,
mundos sin cuento surgen de tu seno
en que palpita y brilla
la creación del alma soñadora,
en campo tan sereno
cual el del cielo en noche recogida
que a la oración convida;
y brotan a lo lejos
de remotas estrellas ideales
los pálidos reflejos,
envolviéndose en magia soberana
el fondo eterno de la vida humana.
¡Dueño amoroso y fuerte
en los reveses de la ciega suerte,
y en los combates del amor abrigo,
del albedrío dueño,
del alma enferma cariñoso amigo,
fiel y discreto sueño!
Acójenos con paz entre tus brazos,
rompe con puño fuerte
del sentido los lazos,
¡apóstol de la muerte!
¡Pon tu mano intangible y redentora
sobre el pecho que llora,
y danos a beber en tu bebida
remedio contra el sueño de la vida!
[1899]
Miguel de Unamuno