LXXIV
A MI ÁNGEL
Cúbreme con tus alas, ángel mío,
haciendo de ellas nube que no pasa;
tú proteges la mente a la que abrasa
la cara del Señor, mientras el río
del destino bajamos. Pues confío
que cuando vuelva a la paterna casa,
no ya velada la verdad, mas rasa,
contemplar pueda a todo mi albedrío.
Mira, ángel mío, que la vida es corta,
aunque muy trabajosa su carrera
y en ella no puede ir el alma absorta
de su Dios. Así espero a que me muera
para verlo, pues única soporta
la muerte a la verdad nuda y entera.
Salamanca, 15-X-1910.
Miguel de Unamuno