VI
ALMA Y CUERPO
Enamorada de su cuerpo tu alma,
y por nupcial amor unimismados,
no como a cárcel al morir dejóla,
con el suspiro de quien queda libre,
sino como a un hogar en que se ansía
dejarse vivir siempre en la costumbre
que es la dicha. De raíz insondable
fue el sollozo postrero, la rotura
de la carne vencida y del espíritu
que se hizo carne. Se siguió el silencio.
Y al callar todo con silencio íntimo,
quedó en tinieblas todo; luz es música,
y, ¡ay del que ver creyendo no oye! Tu alma
sobre tinieblas frías recostada,
de la agonía descansando, mira
su compañero cuerpo, al que ha dejado
de la cruz en las garras, de los clavos
pendiente, y al mirarlo se entristece
de amor más vivo que la vida. ¿Cómo
sin él podrá tomar el Sol? ¿La lumbre
dónde prender podrá? ¿Dónde la mano
del Padre eterno encontrará asidero
para apuñarlo? Y al temor oscuro
de, sin vaso, fundirse en las tinieblas
y perderse cual viento libre, ansía
recogerse en su cuenca—carne y hueso—,
añora de su cuerpo la hermosura,
buscando ella, infinita, deslindarse;
las lindes quiere de su coto; ¡quiere
dentro de él abarcándose vivir!
Miguel de Unamuno