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RECUENTOS

No fue la boca seca de gotear en pesadillas.
Un cabello largo, rubio y solo
en la funda negra de la almohada
ni los flashes blancos de los trams bajo la lluvia
                                                o la misma lluvia, aburrida y cenicienta
ni la luna llena,                                                             alta y encendida
como lámpara montada en la espesura.

No fue siquiera el frío, esos                       menos-tantos-grados-menos
ni los perros que en cuclillas nos miraban
mudos ya de tanto sobresalto
ni el saltar caótico,
                                                                    ratas en los árboles
de un país lejano
(dientes que royeron mis raíces).

Ha sido tampoco el caminar despacio
sobre el crujir del piso

ni la sombra pálida de un cuerpo aún más pálido
ni la embestidura del granizo en la ventana
ni la cama en sangre donde el feto que ya fui,           todavía de noche se guarece.

Fue mi espina rota expuesta al canto de los pájaros,
muerta por la espalda con el filo de los huesos
o mi cadáver viejo que se cree no haber nacido

cuando la muerte ha dado el primer golpe ya a la puerta.

Ha sido este pozo la cisterna vagabunda,
esa luz que araña las retinas de los muertos.

[La tendencia natural de mi garganta a ser abierta
fue la única razón para cerrarla,]

pero en este recital de fechas,
nombres
y lugares
donde la palabra desertora aún reniega
del linaje cóncavo de los abecedarios
una mano blanca ha descorrido las cortinas

pero hay algo que se mueve                 todavía                         bajo la cama.

Adelaida Caballero


«Mecánica del fuego» (2009)

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