CASA DE JOSÉ OLIVIO
A José Olivio Jiménez
Casa de José Olivio:
la música se orquesta ya en la entrada.
El saludo habitual oculta un gran secreto
que la conversación, en su estribillo,
jamás alcanzará a desanudarlo.
Desde un noveno piso Madrid relampaguea:
la plaza de Castilla puede ser cualquier plaza,
la calle ya ha perdido sus contornos precisos
y nunca se hace tarde viajando por el mundo
con un golpe de voz acompasado.
José Olivio llegó de New York hace
poco,
su reloj todavía marca seis horas menos,
de su acento cubano se pueblan los segundos
en ese Madrid grande que brilla en la terraza
y apaga los rumores de la calle.
Sólo se escucha el ritmo de su acento cubano
comentando poemas de hace un siglo,
y su voz se confunde con la estrofa que Martí compusiera
y Madrid se repuebla con las palmas
de aquel campo antillano que dio vida a los versos.
A mitad de la tarde bulle la Coca-Cola,
sus burbujas se acoplan al compás de este rito,
el humo del cigarro ha encendido la hoguera
dejando atrás el frío de este Madrid de invierno.
Dejando atrás el frío me olvido de mi calle,
me interno entre el ramaje de la selva y la magia.
Alguien dice que es tarde y habremos de creerle:
el portal me recuerda que hemos tomado tierra
y la boca del Metro ya me avisa
de que la prosa diaria aumenta las distancias
después del largo viaje
en las alas del ritmo de voz de José Olivio.
Carlos Javier Morales