Ese inmenso y único ojo luminoso
anuncia al cíclope de los desterrados.
Silencioso y necio asoma su pupila
sobre el caserío oscurecido.
Pasea su vigilia por los patios,
sobre los techos y las ondulaciones
musicales del río.
Mientras nosotros, los sin nada, desandamos
sueños en procura de una simple razón
para no alzar el ladrido, empujando la herida
de la soledad ardiendo.
Gabriel Impaglione