CIELO
Cuánta paz en tus serenos atardeceres
invitando al descanso, después del ajetreado día.
Envidio a tus muchos habitantes,
de tantas razas y colores,
alegres, cantinos, suaves en sus vuelos,
feroces otros, atacando con furia inaudita
a sus víctimas indefensas.
Envidio su libertad, su carencia de límites,
y de ti, lo que temo, son tus furiosas tormentas
tus tornados, tus granizos,
tus huracanes despiadados.
Así como me embelesan
tus calmos atardeceres,
tus noches estrelladas,
tu luna veleidosa
objeto de tantos sueños,
musa de tantas poesías;
mudo testigo de tantos amores
a su pálida luz, declarados,
manto acogedor de los susurros de los enamorados.
Lugar de cita eterna de todos nosotros,
esperanza de reencuentro
de nuestros amores perdidos.
Eterno descanso de nuestras almas.
¿Podremos desde allá,
en esas desconocidas latitudes,
seguir siendo mudos espectadores
del crecimiento y desarrollo
de nuestras semillas sembradas?
Es la esperanza de esos posibles,
lo que puede suavizar
el hondo y oscuro vacío
al que vamos a caer,
en nuestro paso al infinito.
mayo del 2000
José Turull Bargués