A MANUEL ACUÑA
Lira de hondos gemidos,
De amargos y cruelísimos reproches,
Suave como los ecos adormidos
Que vagan silenciosos y perdidos
En las tinieblas de enlutadas noches;
Arpa de melancólicos acentos,
Por la musa de un mártir inspirada,
En cuya mente alada
Germinaron tan grandes pensamientos;
Era imposible, arcángel, que vivieras
En un mundo prosaico y miserable,
Tú, poseedor del mundo de la idea,
Sacerdote del templo incontrastable
Donde se rinde culto a la Madona
Que la belleza y el amor pregona
En la lengua divina inimitable
Del olímpico Dios que hoy te corona.
¿Permitirás a mi laúd profano
Alzar un himno a tu inmortal memoria,
Tú que asombraste al ángel de la gloria
Y fuiste de las musas noble hermano?
Si albergaba tu rica fantasía,
Tanto caudal de luz y poesía,
Fuente inmortal de amor y sentimiento;
¡Si ese nido de flores y armonía
Meció tu poderoso pensamiento!
Yo bien lo sé: tu espíritu fecundo
Se colmó de celeste nostalgia,
Tu espíritu dantesco no cabía
En los estrechos límites del mundo.
Y por eso rompiste el frágil vaso
En que lloraba tu alma prisionera,
Con la intuición sagrada
Del que no hallando en este mundo nada
Que alimente su espíritu fecundo,
Suspira por la luz de un nuevo mundo,
Por su patria que sueña abandonada.
*
Corta fue tu carrera:
Por este valle de amargura y llanto
Cruzaste como alondra mensajera,
Poblando nuestra esfera
Con las sublimes notas de tu canto.
*
La tierra mejicana,
Patria de Libertad, meció tu cuna
Bajo el cendal de límpida mañana;
Al beso de las auras de ese suelo
De amor, de luz, perfumes y armonía,
Tu ardiente y rica inspiración abría
Sus alas de candor volando al Cielo;
Y cuando apenas tu arpa vibradora
Los misterios del mundo traducía
Con notas inmortales,
Soplaron sobre ti los vendabales
De la desgracia impía,
Que persigue las liras virginales.
Herido por el rayo
De un súbito dolor tu pecho noble,
Púdica y delicada flor de mayo,
Te doblaste en tristísimo desmayo
Al recibir el ósculo sangriento
Que la muerte te diera,
Divina y redentora mensajera,
Que a otros mundos llevó tu pensamiento,
Tus visiones de luz, tu sentimiento,
Tu arpa soñadora y hechicera.
Muy bien estás allá: la golondrina
Cuando llegan las nieblas otoñales,
A otro suelo más grato se encamina,
Donde soplen los céfiros vernales
Y esté verde el ramaje de la encina;
Así el poeta, arcángel desterrado,
En un mundo raquítico suspira
Por volver a templar su ardiente lira
En el mundo de luz abandonado,
Donde el calor fecundo
De un astro de pureza inextinguible,
Pueda su corazón noble y sensible
Olvidar el invierno de este mundo.
*
¡Feliz quien ha pasado
Por las olas amargas de esta vida,
Con el valor estóico del cruzado,
Sin tomar parte en el venal mercado
De esta raza ruin y corrompida!
Y tú pasaste así: tu lira ardiente
Fue el remo que empuñaste
Cuando «intrépido nauta» te lanzaste
Sobre las olas de este mar hirviente.
*
Las alas de tu ardiente fantasía
Manchaba el lodo de este mundo necio:
Por eso los raudales de armonía
Que tu lira inmortal nos ofrecía,
Llevaban la cicuta del desprecio
Para un mundo que no te merecía.
*
Perdón, poeta, al bárbaro que quiso,
Con ronca voz y empobrecido acento,
Alzar una plegaria
Sobre la tumba muda y solitaria
Donde tu roto corazón reposa,
Águila audaz del mundo americano,
Al arrullo de brisas musicales
Que cantan del poeta la elegía,
Al mortecino albor de luna umbría
Y al silencio de noches estivales.
*
Yo sé que no estás muerto: cada nota
Que se arrancó de tu gallarda lira,
Sobre las perlas del torrente flota,
Sobre las alas de los vientos gira;
Modula entre las flores
Y titila en el rayo de la estrella,
Anida en la garganta del sinsonte,
Vive en la cresta del andino monte,
Y en la luz del relámpago destella;
Murmura con las almas soñadoras
Plegarias de infinita melodía,
Rueda en el manto de la noche fría,
Y tiembla en el carmín de las auroras.
¡Adiós! ¡Adiós! cantor incomparable,
Lira de arcángel, corazón de atleta.
Calle ante ti la lira miserable
Que no distingue el barro deleznable
Del corazón alado del Poeta!
Juan Carlos Tobón