LA CASA EN EL CUARTO SIETE
A Tristán Solarte
Se detuvo, desprevenida, en la mitad de mi asombro. Con un gesto que casi no
fue saludo, sonrió, envuelta en esa tenaz indiferencia con que miraba las cosas
del mundo. Venía, casi que a mitad de la calle, inconsciente de cuanto larodeaba:
No me detuve siquiera. Estremecido por el encuentro no atiné a encontrar
palabras propias y ninguna otraacudió para ayudarme en mi desconcierto.
Desapareció tal comovino, cuando aún me limpiaba las veladuras deslumbrantes del
estupor.
Sin embargo, algo en su gesto lánguido, en su mirada donde creí sorprender un
pedazo de escondida alegría, me llevó a imaginar que quizás finalizaba esa
ansiosa búsqueda, más bien inútil persecución a que la sometí en los pasados
años.
Entonces, todavía al resplandor del hallazgo, recordé nuestros primeros
encuentros. El modo como desaparecía cuando la consideraba atada. En un
comienzo, estos pequeños misterios se me antojaban travesuras que envolvían en
fulgores nuestras apagadas relaciones. Luego, cuando lo queme parecía gracioso
en los inicios, se me tornó ridículo, me di a buscarle explicación al misterio
de sus desapariciones. Desapariciones sin señales ni presagios, que cada día se
hacían más densas, prolongadas, y grises.
Cuando escapé al asombro me juré encontrarla para siempre.
No fue asunto fácil pero cuando ocurrió era como siestuviese esperando desde
antaño.
—Te buscaba...
—Lo sé!
—Debemos vernos...
—Para volver a empezar...? Comenzar lo que nunca tuvo ni tendrá sentido...?
—Qué perdemos...?
Entonces apareció en su rostro esa sombra, digo mejor, ese brillo memorable que
viene con los presentimientos. Su rostro, de habitual lánguido, desprevenido,
siempre como enlos recodos de grandes renunciaciones, comenzó a hundirse en una
sutil ironía, sujeto a los pliegues de una sonrisa suspendida. De pronto fue la
resolución inolvidable:
—Está bien— me dijo, mientras acercaba a mi rostro, sus ojos —Recuerdas donde
nos vimos la última, la calle aquella en que...
—Sí—
—Cerca de allí vivo. Una cuadra más allá, haciendo esquina con esa calle, hay
una casa azul de dos pisos. Vivo en el cuarto siete. Ve a buscarme mañana a la
una de la tarde.
La fecha nunca he podido olvidarla. Era sábado de carnaval. Luego veremos por
qué asunto tan sin cuidado se ha vuelto un auténtico tormento en mi vida. Digo
esto sin aspavientos ni exageraciones, y quiero que este terrible asunto se
comprenda así, con la tremenda sencillez con que aparecióen mi vida. Digo, pues,
que al siguiente día, como perseguido por precisas e irrevocables indicaciones,
me lancé a la calle donde una estremecida multitud sujetaba a la ciudad por la
cintura.
Serían la tres de la tarde cuando arribé al sitio de mis persecuciones. Pasé
exactamente por el lugar en donde la reencontré en la mitad de mi estupor.
Caminé sin apremios pero tremolante. Hacia el final de la cuadra, doblé la
esquina y me detuve frente a la casa azul. Nada tenía de extraordinaria. No era
muy grande pero sí larga; no era nítida ni llamativa, pero tenía el modesto
encanto de las cosas a medio envejecer. Ante a mí, comenzaba un largo corredor.
Apartamiento uno.... dos.. . .tres...cuatro... cinco...seis....ocho....
Nuevamente a los comienzos: uno.... dos....tres....cuatro. ...cinco seis... lo
interminable. Pero lo extraño es que supuerta, la que correspondía al
apartamiento siete, estaba allí, pero carecía de la más ligera identificación.
Nueva tentativa y me detuve frente a la puerta esquiva. Toqué discretamente. Un
silencio increíble en esa tarde de carnaval, me convenció de que no había
respuesta. Nuevos intentos, para idénticos resultados. Pensé que lo propio era
alejarme y dar tiempo a la evidente impuntualidad. Pasaron horas de algarabía y
ansiedad. Atardeciendo, regresé a la puerta sin nombre de la casa azul. Todo
resultaba inútil. En esta ocasión acosé con apremio el pomo pero estaba conllave.
Convencido entonces de que enfrentaba otra ironía de la impenitente fugitiva, me
alejé camino al fragor del carnaval, prometiéndome de que jamás reiniciaría
aquella estúpida persecución.
No duró mucho esa ruda decisión. Cuando serían las diez de la noche, una extraña
sensación situaba frente a mis preocupaciones las casa azul. Mirando a todos
lados, en ese torrente ardoroso de pueblo, me tropezaba con el vano hoscode la
puerta sin nombre y sin números. No pude escapar a la tentación. Me encaminé al
lugar de mis tribulaciones.
Allí estaba la casa silenciosa. A esa hora, unas cuantas luces indecisas daban
al largo corredor un ambiente de duda y sosiego. Caminé derecho a la puerta
obsesiva. Aguardé indeciso. Para qué insistir ante ese obstáculo sellado, cosita
a la eternidad, ese umbral inviolable...? Había venido desde muy lejos y ya ni
todas las burlas del mundo, ni la más ácidade las ironías podría detenerme. Moví
el pomo y cedió suavemente como si me esperaran. La puerta comenzó a girar sin
ruidos y dejó ante mí una pequeña sala. Un enorme canapé casi la ahogaba. A la
izquierda, sobre una mesita, un teléfono y más allá dos sillas concluían el
mobiliario y la decoración. Permanecía el silencio al cobijo de una penumbra
extrañamente clara. Crucé la sala y me detuve en una puerta que daba a una
amplia recámara. El estupor y el ansia me agarraron al mismo tiempo. A mi
izquierda, sobre un canapé, una espléndida muchacha —dieciséis.., veinte
años..?—dormía profundamente. A la derecha, en una cuna, un niño. En el centro,
sobre una ancha cama, un hombre trigueño, con una pierna cruzada, no sé si
dormía o pensaba. El silencio estaba definitivamente clavado en ese aposento de
la incertidumbre. Sigilosamente, me senté junto a la muchachaque dormía y
tomándole una mano le dije casi al oído:
—Dónde está Claudia...?
—Uhh.... ?
—Que dónde está Claudia...
En medio de un sueño espeso que a trechos se le aclaraba, respondió: "Salió,
regresa enseguida...
"Me levanté en el acto y de pie en el umbral miré condetenimiento ese cuadro
increíble.
Abandoné el lugar. Cuando pensé que era oportuno, llamé a la casa azul. Para mi
sorpresa, una voz áspera me atajó:
—Diga...
—Con Claudia, por favor. ...
—Aquí no vive ninguna Claudia, señor! Esta es la familia lnestrosa.
Cerramos al mismo tiempo. A este punto, mi desconcierto era irreparable. Volví a
marcar el número, con idéntico resultado. No había duda: yo estaba en lo
correcto, peroevidentemente, hablaba con otros seres.
Desperté a la mañana siguiente en los calores de la incredulidad. Reconstruía
una y otra vez los hechos ydesembocaba en la misma conclusión. De modo que me
encaminé a la casa azul. Todo era igual por los alrededores. Casi nohabía
personas. Al doblar la esquina me detuve violentamente paralizado por el
desconcierto: la casa azul había desaparecido. En su lugar, sólo un terreno
baldío, lleno de una yerba amarillenta, que aún puede verse. Miré hacia todas
las latitudes y sólo la indiferencia prevalecía por esos parajes.
Estuve sin noticias de ella hasta una tarde en que, comolo había hecho muchas
veces desde aquellos ensordecedores sucesos, me acerqué a la floristería. Estaba
en el mismo sitio esperando eternidades. —Con el desgaño conocido levantó los
o]os— descorrer de silenciosos cortinajes— y clavó en mí su mirada.
—Te he buscado— le dije.
—Lo sabía..
—Fui a la casa que me indicaste y no estabas. Sólo encontré un grupo de personas
dormidas...extrañas...un hombre...
—Lo sé!
—Lo sabías..
Entonces agarrándome con sus ojos indiferentes y como si por vez primera
confesara algo muy suyo y muy callado, explicó:
—La muchacha que viste durmiendo cerca a la puerta, la misma a quien preguntaste
por mí, era mi hermana Marta; el niño en la cuna, mi hijo. El hombre que dormía
en la cama doble, fue mi esposo, un sargento del cuartel de Panamá La Vieja.
Todos murieron.
Aferrándome a la más presunta posibilidad le insistí iban... ellos.
—Y la casa, la casa azul en donde estuve..en donde está—
—No existe. Fue devorada por las llamas. Allí murieron
—Pero ya la vi... yo estuve en ella.
—Es cierto. Sólo aparece cada domingo de carnaval.
PANAMA, Julio 3 de 1975
Ramón H. Jurado