ALBANIO
Luis Cernuda
Tuviste miedo siempre de escribir estas líneas,
como el que ofrece algo de poco precio,
ni mirto ni laurel,
algún ramajo seco y a la vez pretencioso,
o se acerca demasiado a la brasa creadora,
al insondable fuego
que consume al poeta en su crisol de ascuas,
devastador y bello y deslumbrante,
salamandra de oro cuya vida es la lumbre.
Cuántas veces, Sevilla
irreal de blancor y de azahares,
buscaste aquel aroma, aquel silencio,
aquella luz suspensa en hermosura
que eran su huella clara,
pisada y sortilegio,
latir de su presencia repentina,
y que iba más allá de aquel magnolio,
de aquel compás en sombra,
de aquella luna grande
que en la Semana Santa asciende pura,
toda escenografía
y a la vez armonía indiferente
sobre una ciudad enfebrecida.
En el viejo rincón universitario
el becqueriano ángel,
veste de mármol sobre falso túmulo,
guardaba su secreto corrosivo
abandonado al tiempo, al visitante
cada vez más escaso,
sin saber nada tuyo ni de Bécquer,
máscara de una gloria oficial
en una patria
ignorante y hostil a la poesía.
Al pie de la memoria,
por lo que habías oído, ibas
a la Calle del Aire
o aquella otra de los Mármoles,
de itálicas columnas que jaspeaban
jaramago y ortiga punzadora.
O en el grutesco aljibe del Alcázar
en verdinoso laude de agua intentabas
descifrar, movediza, la escritura
del limón o la adelfa.
Fugacidad angustiosa del tiempo estremeciendo
estatua, hoja, surtidor, relumbre
de aves por las copas de la tarde,
melodía ya eco,
aunque allí pareciera
detenerse el fluir, intemporal, eterno.
La distancia y los años levantaron
el mito de cristal, torre de hastío,
engreimiento de cisne desdeñoso,
el reservado orgullo atrabiliario,
leyenda de despecho,
isla, armiño, monóculo.
Y se hizo el silencio,
el mar estaba en medio como un muro,
mientras inmarcesible tu poesía
doraba frutos en las altas ramas;
labor, fidelidad, esfuerzo, encendimiento,
mesura, lealtad, dignidad, cegadora belleza,
virtudes raras en la selva hispana.
Pero tus lentos ojos no vieron más el sur
Y tu tumba está lejos.
Pablo García Baena