QUINTA ANGUSTIA
Glorían a tu sierva que te acuna en la muerte,
más que el batir de alas y azucenas del ángel,
estas llagas que asperjan con tu sangre la sábana.
Ahora ya sí soy reina y bendita entre todas.
Ahora lloro el magníficat de la tribulación.
Otra vez mi regazo te da luna y cobijo
en este alumbramiento puerperal y crüento
—el crepúsculo cárdeno tiene una luz de orto—
y esa espina en almete que trochó tu cabeza
punza en mi mano erguida con pureza de lirio.
Pegujal sean mis brazos para tu sepultura…
En los juncos del huerto dejad la parihuela
y no aprestéis jofainas, ni vendajes, ni bálsamos.
Unja sólo mi llanto las arterias en ascuas
y los besos sean lienzo que empape tus heridas.
Pues tu sangre es mi sangre y esa lanzada agónica
que hiela tu costado con su garra aterida
mi corazón anega en un frío de espadas,
y estoy sentada y sola con mi mortal quebranto:
los que vais de camino no apartéis vuestros ojos.
Pablo García Baena