EL RELOJ DE MI CUERPO
Apenas a tus ojos asomaron los ríos de sangre derramada en la guerra
cuando la noche, con su quilla helada, atravesó mis bosques de ternura.
¡Oh! los mares sin islas, las huellas de tus manos en el aire de mis cabellos,
ya sin ti, al pie de los días crucificados, mientras maduran las naranjas.
Aún estoy sordo de la despedida, cuando las mariposas se quemaron las alas
entre las campanadas de los árboles disecados en las paredes
y los relojes despiertos en los árboles del jardín.
Toda la tierra tiene ahora un frescor de ceniza y de arena.
Las botellas recuerdan aquel último beso estallado en sus cuellos
sin que puedan los líquidos hacerlas olvidar que te marchaste.
Te lloro con mis manos y con mis muslos que ya no encuentro
más que a través de trincheras abandonadas y de globos cautivos.
He puesto el latir de mis sienes al compás de tus pasos subiendo la escalera
para oír cómo pisa tu sangre sobre las yemas de mis dedos ausentes.
Sigue el dolor rodando. Y es tan duro
que podría servir de rieles a los trenes cargados de heridos.
Y tengo miedo. Miedo de que se escape de mi insomnio
helando las palabras que dicen las cerillas a los niños.
Pedro García Cabrera