SUICIDIO
Le llamaban «Pajarito»
y se voló a los luceros.
La oscura flor del castigo
con sus pétalos sangrientos
espejeaba amapolas
en sus trigales morenos.
Y entre un azul de campanas
quitó su dolor de en medio.
Desde arriba, desde el alto
lirio morado del riesgo,
como un botón que se salta
en el ojal de un chaleco,
se liberó de sí mismo
abrazado a su tormento.
Y fue un pedrusco caído
en un estanque blasfemo
que desvaneció sus ondas
en las orillas de un cero.
De las conchas del oído
en voz baja le nacieron
lenguas de claveles rotos
y cabezas de jilguero.
Resonó lúgubremente
su espalda de violoncelo,
donde violetas, corales
y ascuas de odio escribieron
un abc de alaridos
y miniados escalpelos.
El aire del mediodía
lamíale con sus perros
una estatua de glaciares
e interiores ventisqueros.
Y en la página del patio
fue el punto final grotesco
del signo de admiración
de la torreta del templo.
Que el responso del olvido
no halle descanso en tus huesos.
Pedro García Cabrera