GRANITOS DE ARENA
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Por las tostadas rutas de la arena
una aurora caída se complace
en trazar con sus blancos alquiceles
el recuerdo de un sueño de ciudades.
Nace de ti, de abajo, de tus fondos,
incólume al trotar de las edades,
que cruzan con un cuervo en cada hora,
y una aguda piqueta en cada instante,
y en cada mano, un ruiseñor que canta,
y en cada boca, rojos madrigales.
Nace de ti, de tu memoria abierta,
aun a remolque de tus mocedades,
impresa en tu tiempo indefinido
con las duras facetas del diamante.
Nace de ti, de tu conciencia plana,
herida por acíbares solares,
que, redivivo, su fantasma orea
por el estrecho vaho de tus calles,
y se levanta de tus pies quemados
con un alba de nieve por turbante,
ebrio de sal, magnífico de espuma,
bordando el espejismo de un encaje.
Y la sed se retrata en el espejo
de los blancos fulgentes de sus cales,
desrizando el cabello de calina
sobre tus hombros cálidos de amante
que espera ver llegar las caravanas
en la túnica envuelta de un celaje.
Nace de ti su copo de blancura
que con la lengua su costado lame;
de ti, que te sugieres las arenas
en una epifanía de rosales;
de ti que te vislumbras todavía
sultana de tus regias soledades.
Y brota de su fronda el espejismo
igual que una paloma del boscaje.
Pedro García Cabrera