III
Me hallaba recorriendo mis paisajes
con un rumor de conchas en las manos.
Tenía paz de mármol en la frente
y anchas voces de amor en las riberas.
Me llamaban por tardes de heliotropo,
por ciudades perdidas en la niebla,
campo de té y pájaros dormidos.
Y escalé mis castillos en el aire,
descendí amaneceres y colinas
y liberté de su cintura helada
el ceñidor de piedra de una fuente.
Pero ¿qué cosa continuaba en vilo?
¿Qué sueño espoleaba mi ternura
para oírla llamándome cercana
desde selvas, distancias y caminos?
Y proseguí corriendo enajenado
detrás de aquella voz de caracola,
de gacela translúcida en llanura.
Cuando al volver un íntimo recodo,
me encontré con la curva de la ausencia
en los hombros desiertos de la nieve.
Pedro García Cabrera