XXVII
Nada queda de ti que viva lejos
de mi amistad de loto, en el estanque
donde te orillas diáfanas vertientes.
Tus millas de aire blanco, tus palabras
de élitros verdes, tu interior de vino,
tu delantal de espumas sensitivas,
las inmóviles aspas de tus brazos,
todo me gira alrededor sin verlo
y a punto de nacérseme en los ojos
de una mañana azul, que te debele
nieblas, que asuma tus seguros gestos,
que te desnuden la veloz distancia,
y me dejen tendido en tu meseta
con una corza suelta por mi sueño.
Pero aún los relojes de las fuentes
siguen corriendo, sin marcar la hora
de entrelazar mi soledad contigo.
4 de febrero de 1944
Pedro García Cabrera