ALONDRA DE LA TARDE BESADA
La niña sueña en el agua
y el niño duerme en la arena.
Ella, gacela de espumas.
El, cazador de la selva.
El mar a la niña envuelve
en lisos quimonos frescos.
El sol, al niño, en la espalda,
hunde botones de fuego.
Las olas alzan en vilo
un copo de tibia nieve
y sienten latir la niña
en las conchas de sus sienes.
La negra playa se ahonda
bajo un yunque de luceros
y siente al niño latir
martillos de blando acero.
La niña siguió nadando,
el niño siguió durmiendo
y el día cruzó las últimas
estribaciones del cielo.
Cuando la tarde redonda
abrió su primera estrella,
la niña salió del agua,
el niño pisó la arena.
Y en el límite difícil
de la noche con el día
los horizontes del beso
unen al niño y la niña.
Los dos hermanando luces
con sombras de siempre y nunca:
él, roca de su silencio;
ella, flor de sus espumas.
Pedro García Cabrera