ALONDRA DEL PALOMO TONTO
A María del Carmen y José Curbelo
El palomo no salía
del tejado de la iglesia.
No sabiendo amar palomas,
arrullaba las veletas.
Tenía las patas rojas
y blanco el buche de seda;
mas de nada le servía
tan elegante librea.
Se ponían coloradas
las palomas ponederas
porque se echaba en los nidos
con arrumacos de hembra.
¡Qué culpa tenía él
de sus interiores nieblas!
Un día se partió un ala
porque quiso, en su ceguera,
posarse en el silbo de humo
de una negra chimenea.
Andaba a pasos de oca
a la hora de la siesta.
Si picaba la albahaca,
bebía sorbos de menta.
Al divisarle, gritaban
los chicos de las escuelas:
«Ahí viene el palomo tonto».
Y le llovían las piedras.
Y se marchaba volando
a palomarse en la iglesia.
En un Domingo de Ramos
lo encontraron dando vueltas,
loco de arrullos y alas,
en torno a un panal de cera.
Desde entonces, el palomo
pasa las noches enteras
con una flor en el pico
haciendo sombras chinescas.
¡Y hasta la veleta siente
su flecha muerta de pena!
Pedro García Cabrera