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ALONDRA DEL LORO AVENTURERO

A Eduardo Westerdahl

Este lorito viajero
no ha nacido en Portugal,
aunque, como tiene oído,
sepa los fados cantar.
Ninguna cotorra duda
de que es un loro «pure sang»
y se expresa en un correcto
lenguaje de «gentleman».
La orden del arco iris
luciendo en su pecho está.
Si duerme con ella puesta
es por sentimental.
Conoce todos los puertos
de las islas de la mar:
mares Amarillo, Rojo,
Azul, Negro y del Coral;
en cada uno ha dejado
una plumita al pasar.
No necesita visados
ni carnet de identidad:
en la estación de los vientos
viaja en trenes de cristal.
Luchó contra los ingleses
en Egipto y el Sudán
y sus triunfos le valieron
el fajín de general.
Un miércoles de ceniza
pidió una audiencia papal,
invocando sus colores
de arzobispo y cardenal.
Dice que el siglo XVIII
fue de los loros la edad
más dorada, su segundo
paraíso terrenal,
por sus casacas de luces,
sus cielos de tafetán,
los cócteles de colores
de los bailes de disfraz,
frases verdes, hombres lilas
y amores de mazapán.
Todo lo que lleva el loro
en su traje tropical.
Aún reside entre nosotros,
pero muy pronto se irá
—con un vuelo de arco iris
dentro de un tren de cristal—
no sabe si para España
o si para Portugal.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Día de alondras» [1951] (1968)  
7 alondras en la azotea


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