GUÍA DE ISORA
a Pablo Martín Alonso
A estos parajes que sufren
el mal de ojo de los dioses
les humaniza el trabajo
de curandero del hombre.
Llegan de atrás, de muy lejos,
de casi los mitos, donde
perdió el fuego sus zapatos
y dio el infierno sus voces.
Aquí la lava enseñó
dientes de presa y cebose
en rasgar las vestiduras
de una tierra sin amores,
no dejándole siquiera
un respiro de cardones
Este es un cáncer de rocas,
cresterías de rencores
que cortan, caricaturas
de ríos como escorpiones.
Y en medio, Guía de Isora,
casi un espejismo sobre
la piedra que ruge, un mártir
de cal y ternura, al borde
de morir a dentelladas
en un circo de dragones.
Y de estas lavas que encarnan
un maná de maldiciones
las rebeldías prendieron,
domesticando la noche.
Ved como bajan la tierra
de arriba, de los rincones
del mantillo, esas sienes
que laten savias de bosque,
para darle una melena
de sacrificio y verdores
a estos lomos de montaña
con majestad de leones.
La tierra a hombros, arcilla
de compañera que rompe
a cantar de nuevo el himno
del paraíso, en los brotes
que la sonrisa del barro
pone en todos sus pregones.
La tierra a hombros, costilla
de la flor y el horizonte,
dos manantiales siameses,
dos ecos de un mismo nombre.
Estéril mujer ayer,
entregada a los azotes
del fuego, y hoy ya con vientre
de arrullos y de terrones
al renacerle en los muslos
el sexo verde del monte.
Ahora las soledades
no montan aquí su corte,
han perdido horca y cuchilla,
trajes, silencio y honores.
El cielo azul es el mismo,
pero la tierra es más joven.
Y aún lo es bastante más
el trabajo de los hombres,
enmendando y corrigiendo
los designios de los dioses.
Pedro García Cabrera