AMANECER NUBLADO. Sentado en el sillón, con una taza de
café en las manos, sin lavarme aún, imagino al personaje
de la siguiente manera: tiene los ojos cerrados, el rostro muy
pálido, el pelo sucio. Está acostado sobre la vía
del tren. No. Sólo tiene la cabeza sobre uno de los
raíles, el resto del cuerpo reposa a un lado de la vía,
sobre el pedregal gris blanquecino. Es curioso: la mitad izquierda de
su cuerpo produce la impresión de relajamiento propia del
sueño, en cambio la otra mitad aparece rígida, envarada,
como si ya estuviera muerto. En la parte superior de este cuadro puedo
apreciar las faldas de una colina de abetos (¡sí, de
abetos!) y sobre la colina un grupo de nubes rosadas, se diría
de un atardecer del Siglo de Oro.
AMANECER NUBLADO. Un hombre, mal vestido y sin afeitar, me pregunta
qué hago. Le contesto que nada. Me replica que él piensa
montar un bar. Un lugar, dice, donde la gente vaya a comer. Pizzas. No
muy caras. Magnífico, digo. Luego alguien pregunta si
está enamorado. Qué quieren decir con eso, dice.
Explican: si le gusta seriamente alguna mujer. Responde que sí.
Será un bar estupendo, digo yo. Me dice que estoy invitado a la
inauguración. Puedes comer lo que quieras sin pagar.
Roberto Bolaño